El duelo es el proceso que atravesamos cuando perdemos a un ser querido o cuando ocurre un cambio importante en nuestra vida al que debemos adaptarnos. Pasar por un duelo resulta desconcertante y doloroso, pero al mismo tiempo es un proceso necesario, ya que nos ayuda a dar sentido al vacío que deja la pérdida, y llorar su ausencia. Este proceso sigue generalmente una serie de etapas, las cuales nos ayudan a entender lo que ha sucedido, expresar lo que sentimos, y a recolocar emocionalmente a la persona fallecida. Las fases del duelo son las siguientes:
- Aceptar la realidad de la pérdida. Al fallecer un ser querido o vivir una experiencia de cambio y pérdida, la realidad se vuelve tan dura y desgarradora que resulta muy difícil de asimilar. Entramos en un estado de “shock” que adormece nuestras emociones. Está primera etapa supone un reto mayor, ya que superarla implica enfrentarnos al hecho de que esa persona tan querida ya no está, y a que nuestra vida ha cambiado completamente. Nuestra mente no está preparada aún para asimilar lo que ha ocurrido, y en un inicio pasamos por una fase de negación. Es algo tan doloroso, que, aunque podemos pensarlo a nivel racional, a nivel emocional es muy difícil entender el cambio que ha dado nuestra vida de repente. Cuando estamos en esta fase nuestra mente nos “engaña” y nos hace creer que cuando suena el teléfono nos está llamando esa persona que ya no está, o hace que nos parezca escuchar su voz cuando estamos en casa, aunque sabemos que es imposible. Esta negación en ocasiones se alterna con una sensación de rabia o ira, en la que nos preguntamos por qué ha tenido que ocurrir algo tan doloroso, o por qué la vida es tan injusta. Para aceptar la realidad de la pérdida debemos trabajar la negación inicial, es decir, debemos asimilar la pérdida a nivel cognitivo, entendiendo y aceptando que la persona ya no está. Para ello es bueno recordar a la persona fallecida y hablar sobre ella, sobre sus virtudes, lo que nos molestaba de ella, o cómo la conocimos. Esto ayuda a que seamos más conscientes de lo que ha sucedido, y avanzar así en nuestro proceso de duelo.
- Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida. Una vez aceptamos la realidad de la pérdida entramos en contacto con la emoción subyacente, la cual suele ser predominantemente la tristeza. La negación que ocurre en la primera fase del duelo sirve para protegernos de esta tristeza, es decir, es un intento por evitar el sufrimiento que nos produce la pérdida. No obstante, si nos quedamos enganchados en la negación del dolor, se genera un sufrimiento mayor, al no entrar en contacto con lo que realmente sentimos. Esta tristeza puede quedarse dentro y acompañarnos durante mucho tiempo si no logramos entrar en contacto con ella y tramitarla poco a poco. Por ello debemos trabajar el impacto emocional que nos produce la pérdida. Para ello debemos identificar y expresar la emoción que sentimos. La disolución de este afecto nos ayuda a disminuir poco a poco ese dolor que nos inunda. Además, el soporte emocional de nuestros allegados nos ayuda enormemente en este proceso, ya que nos sirve para poner nombre a nuestras emociones y a verbalizarlas. Así, podemos exteriorizar los sentimientos de culpa, soledad, angustia, tristeza que nos ha dejado la pérdida de ese ser tan querido.
- Adaptarse a un medio en el que el fallecido está ausente. El vacío que deja un ser querido es muy grande, y hace que la tarea de adaptarse al cambio que produce en nuestro día a día sea difícil. La persona fallecida llevaba a cabo ciertas funciones, desarrollaba ciertos roles, y daba significado a algunas partes de nuestra identidad. Esto hace que debamos asumir nuevas responsabilidades, desarrollar nuevas habilidades e incluso cambiar nuestro rol en casa o en nuestra familia. Es decir, el cambio en el medio implica adaptarnos a una nueva rutina y a cambiar nuestras funciones y responsabilidades. Por ejemplo, podemos vernos obligados de pronto a llevar la contabilidad en casa, a tener que cocinar para la familia, o a hacernos cargo de las actividades extraescolares de nuestros hijos, cuando antes no lo hacíamos. Superar este cambio en el medio hace que transformemos la percepción de nosotros mismos y de nuestras habilidades.
- Recolocar emocionalmente al fallecido. Para superar el dolor de la pérdida y proseguir con nuestra vida buscamos un lugar simbólico donde recolocar emocionalmente a nuestro ser querido. Se trata de ubicarle en un lugar en nuestra historia emocional para poder avanzar en nuestra vida, y sentir que de alguna manera forma parte de lo que somos. El vínculo con la persona fallecida continua, aunque de un modo distinto. No se trata de renunciar a esa persona, sino de colocarlo en un lugar adecuado a nivel emocional que nos permita sentir bienestar y felicidad de nuevo. Un modo simbólico de recolocar a esta persona sería, por ejemplo, llevando una foto de ella con nosotros. De este modo lograremos dar una nueva perspectiva a la pérdida, y podremos sentir una transformación personal en nosotros.
Las fases del duelo no son lineales, sino que a veces saltamos de otra. Cada persona necesita su tiempo y sobrelleva el duelo a su ritmo, pasando más tiempo en una fase que en otra, o volviendo a veces a una etapa que creía haber superado. Superar la pérdida de un ser querido es un proceso de transformación duro e intenso. Tras esta experiencia tan dolorosa no volvemos a ser los mismos, sino que nos transformamos y nos convertimos en personas distintas. Es importante recordar que es posible superarlo, y volver a sentir bienestar, aunque haya momentos en los que no nos lo parezca
Referencias:
Worden, W. (1997) “El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia”. Barcelona. Paidós